Aprovechando la cercanía de las elecciones este domingo, la reciente publicación de numerosos sondeos, y el debate que se genera en torno a ellos, os traemos una reflexión sobre la importancia del análisis de sentimientos y emociones para entender el comportamiento de las personas: como consumidoras o como ciudadanas.
El día después de las elecciones, y vistos ya los resultados definitivos, es frecuente que se produzcan debates sobre el grado de ajuste en las estimaciones de voto a candidaturas.
Sin embargo, no se suele hablar tanto de las estimaciones de abstención, y sin duda este es un reto en cualquier encuesta electoral.
¿Por qué?
Porque una parte importante de abstencionistas no reconoce que lo sea: ni antes de las elecciones, ni después de las mismas.
He aquí un ejemplo de 2019:
El CIS realizaba esta pregunta en una encuesta post electoral, la que ya se realiza una vez terminadas las elecciones y conocidos los resultados.
Según esa encuesta, menos del 15% del electorado se había abstenido unos días antes. Sin embargo, la realidad era otra: un nivel de abstención próximo al 35%, con más de 12 millones de personas que finalmente no fueron a votar. Si se le añaden los votos nulos y en blanco, se trataría de un 36,8%
No buscamos con esta entrada reflexionar sobre ese grado de desajuste, sino de como el análisis de los sentimientos puede ayudar a entender mejor al elector y finalmente predecir mejor su comportamiento.
Ese mismo estudio incorpora una pregunta que trata de entender que sentimientos inspira la política a las personas: los tres sentimientos más frecuentes son negativos:
¿Y qué utilidad tiene esto a la hora de explicar el comportamiento de las personas?
Mediante diferentes análisis estadísticos se relaciona el tipo de sentimiento que tiene la persona con su declaración respecto a haber ido a votar o no. Las personas que declaran sentimientos como irritación, aburrimiento o indiferencia tienen un comportamiento significativamente más abstencionista. Si la persona elige dos en ese sentido, su probabilidad de abstención es aun mayor.
Un algoritmo que parte de los sentimientos e interés declarados, nos permite reestimar el comportamiento abstencionista.
Si en la encuesta eran menos del 15% los abstencionistas declarados, al corregir su declaración en base a los sentimientos que reconoce que le produce la política, la abstención sumada al voto nulo y blanco se estima en un 38,1%. En esas elecciones el dato real fue del 36,8%, aquí si dentro del margen de error.
Este es un análisis muy básico que se debe enriquecer con otro tipo de variables. Sin embargo ayuda a entender como podemos mejorar nuestra comprensión del votante o del consumidor si en nuestras encuestas incluimos análisis que vinculen emociones y conductas.
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